Las peñas retumbavan al gemido
del misero zagal que lamentava
el dolor, que a su alma lastimava,
de un obstinado desamor nacido.
El mar, que las batia su bramido,
con los retumbos dellas ayuntava;
confuso son al viento derramava,
en cavernosos valles repetido.
Responden a mi llanto duras peñas.
«Ay de mi! – dixo – La mar brama y gime;
los ecos suenan, de tristeza llenos.
Y tu, por quien la muerte en mi se imprime,
de oir las ansias mias te desteñas
y, quando lloro más, te ablando menos».